El terror del llano

tiembla pueblo que llego el terror del llano... denunciaremos a los que estan contra el pueblo y defenderemos a los pobres y desamparados

viernes, 9 de julio de 2010

memorias de un obispo (tomado de Noticiero digital)

MEMORIAS DE UN OBISPO. LOS PRIMEROS MESES DE 2002

NOTA PRELIMINAR

La siguiente narración es un capítulo de mis memorias. Tengo la costumbre de tomar nota de todos aquellos acontecimientos en los que me toca participar. El haber sido secretario de Mons. Miguel Antonio Salas y del Card. José Alí Lebrún, me acostumbró a ello. Varias personas me han insistido que las dé a conocer. Las presentes reflexiones han sido revisadas por los eclesiásticos que aquí figuran y que, como yo, fueron testigos de lo que aquí se consigna. Finalmente, debo decir que este recuento no tiene otra finalidad sino ayudar a esclarecer la verdad y (salvaguardar, preservar) la fama de los que aparecemos en estas líneas. De más está decir que asumo totalmente la responsabilidad de la autoría de las mismas.

Baltazar Enrique Porras Cardozo, C.I. 826.599






Todas las revoluciones, al final, pasan de la euforia a la desilusión.
En una atmósfera revolucionaria de solidaridad y autosacrificio,
los participantes suelen pensar que, cuando su victoria sea completa,
el paraíso en la tierra será inevitable.
Naturalmente, nunca llega el paraíso, sino la decepción.

Vaclav Havel




3.- EL JUEVES 11 DE ABRIL

Una vez en la sede de la Conferencia me informaron sobre los acontecimientos de los últimos días. La situación era, por demás confusa y no se tenía más datos que los que todo el mundo manejaba, basados en lo que los medios trasmitían. Los despidos de altos directivos de PDVSA, en vivo y directo por TV, en forma por demás burlesca, exasperaron más los ánimos e hizo crecer la tensión social. En reunión con el Sr. Cardenal Velasco establecimos la conveniencia de convocar a los miembros de la Presidencia y a los de la Comisión Permanente para una reunión extraordinaria urgente, para el miércoles 10 de abril a fin de analizar la situación. Una buena parte de los convocados contestó inmediatamente. Algunos no consiguieron cupo en los aviones. Otros manifestaron la conveniencia de permanecer en sus sedes, pues la situación en el interior del país era reflejo de lo que estaba pasando en Caracas. La reunión se realizó con los miembros que pudieron llegar. En ella se analizó lo que sucedía no sólo en Caracas, sino también la tensión que se vivía en toda Venezuela. Se elaboró un comunicado que yo leería al día siguiente, 11 de abril, en horas del mediodía, en rueda de prensa desde la sede de la Conferencia.

El día jueves 11, tuvo lugar la multitudinaria marcha que se dirigió desde distintas zonas de la ciudad hacia una zona céntrica de Caracas. El Cardenal Velasco me llamó en la mañana de ese día para solicitarme que lo representara en un encuentro-almuerzo con el fin de darle la bienvenida al nuevo embajador estadounidense. La reunión estaba convocada para las once de la mañana en una quinta del Country Club, propiedad del señor Gustavo Cisneros. Me dirigí a la cita. Dejé mi celular con las secretarias porque tenía previsto regresar inmediatamente para la rueda de prensa. Fue una ingenuidad de mi parte, pues quedé incomunicado. En el encuentro estaban representantes religiosos Judíos y Evangélicos, y mi persona. También, los directivos de los principales canales de televisión caraqueños. Entre los políticos, se encontraban el alcalde señor Alfredo Peña y el Dr. Luis Miquilena. El Embajador Shapiro, quien apenas tenía en el país menos de un mes, llegó con dos o tres asistentes.

En la sala principal, había una pantalla de televisión que era el centro de atención de todos los presentes, dada la magnitud de la manifestación popular. La preocupación comenzó cuando la marcha se dirigió hacia el centro de la ciudad. Se adelantó, entonces, el sentarnos a la mesa. El anfitrión dirigió unas palabras y luego todos fuimos invitados a decir algo. Prácticamente dijimos lo mismo, desde la perspectiva particular de cada quien: bienvenida, llega a un país en situación convulsa, necesidad de trabajar por la paz y armonía de los venezolanos.

La comida fue servida con rapidez. Apenas la probé. Había tensión y se recomendó que cada uno regresara cuanto antes a su domicilio porque se tenía información de que se estaba activando el Plan Ávila. Los que no teníamos idea de qué se trataba, fuimos ilustrados de que estaba en acción el primer paso, la llamada operación laberinto: dar órdenes disímiles a cada organismo de seguridad o protección al ciudadano para impedir que la gente se trasladara de un lugar a otro, incluidas las entradas o salidas de la ciudad.

Mientras, en la Sede de la Conferencia Episcopal, se hicieron presentes los Medios de Comunicación para la rueda de prensa pautada. Al no encontrarme en la Sede, el Secretario General, Mons. José Luis Azuaje Ayala presidió la reunión, que como nota extraordinaria, se realizó en la Capilla central de nuestra sede, para pedir al Señor por la paz. Los periodistas no pudieron abandonar la sede de la Conferencia hasta entrada la tarde debido a la situación que se estaba viviendo en el centro de la ciudad.


4.- UNA TARDE EN EL LABERINTO

Como la salida del almuerzo fue antes de la hora prevista, nadie había llegado a buscarme. Me tocó pedir que me llevaran a Montalbán. Me pusieron un carro y chofer a disposición. De una vez se me dijo que desde el Country Club hacia el Oeste de la capital era imposible transitar, debido a la marcha y por la activación del Plan Ávila. Optamos buscar salir por Baruta, Universidad Simón Bolívar y Hoyo de la Puerta, para entrar por la autopista hacia el oeste de Caracas. Tardamos más de dos horas en este trayecto.

Al chofer se le agotó la tarjeta de su celular. Seguíamos como podíamos la trasmisión de la marcha por la radio. Todas las emisoras que sintonizábamos se oían muy mal porque había interferencias. Comenzó la cadena presidencial. En la bajada de Tazón se nos informó que no dejaban salir a nadie por el peaje ni acceder a la ciudad por la autopista. Fuimos interceptados por la Guardia Nacional que estaba atravesada en la vía. Comenzaron disparos de fusiles Fal al aire y se armó la desbandada, retrocediendo todos, como se podía, en medio de los numerosos vehículos que copaban la vía.

Opté por pedirle al conductor que intentáramos llegar hasta la Casa Parroquial de la Santísima Trinidad de Prados del Este. Así lo hicimos. Llegamos a duras penas, pasadas las cinco de la tarde. Hasta allí me acompañó el chofer. Los Padres Eduardo Dubriske y William Rodríguez me recibieron. En sus rostros se notaba la preocupación por lo que estaba pasando. Fue entonces cuando me enteré de que había habido tiros, muertos y heridos entre los manifestantes que llegaban al Centro de Caracas; y supe de los manifiestos públicos de varios componentes de las Fuerzas Armadas. Me ofrecieron un refresco y galletas. Al fin, pude comunicarme con la Conferencia Episcopal y con el Cardenal Velasco. Estaban preocupados, porque no sabían de mi paradero. Les conté la aventura vivida durante cinco horas. El Cardenal Velasco me pidió que me dirigiera a alguno de los canales de televisión para hacer un llamado a la calma y pedir que cesaran las muertes.

El Padre William Rodríguez me llevó en su carro. No sabíamos a dónde dirigirnos. Tomamos el camino hacia Globovisión o Venevisión. Llegamos a este último canal anocheciendo. Pudimos entrar y fui llevado de una vez a los estudios. Había muchísima gente de todos los estratos políticos, empresariales y comunicacionales. Entré directamente al aire. En ese momento dirigía en ese momento Napoleón Bravo. Quedé sobrecogido por las escenas que veía en la pantalla. Dirigí unas palabras condenando la violencia, llamando a la calma y a la búsqueda de soluciones pacíficas. El congestionamiento de vehículos en los alrededores del canal hizo que el P. William tuviera que irse. Quedé de nuevo solo, sin celular y sin vehículo. La confusión reinante en los pasillos del canal era grande. Cada quien opinaba o decía lo que sabía o le habían dicho. Solicité me trasladaran a Montalbán. En aquel caos, era difícil encontrar a alguien que decidiera o pudiera hacer algo por mí.

Me invitaron a subir al piso de la presidencia del canal. Allí también había mucha gente. En ese momento, en los estudios estaban entrevistando al Dr. Luis Miquilena. Los presentes lo seguían a través de una gran pantalla. Los celulares no paraban de sonar ni las personas de hablar. Parecía un mercado donde cada quien vociferaba lo suyo. No lograba comunicarme con la Conferencia Episcopal a través de los teléfonos allí instalados. Saludé al Periodista Rafael Poleo, quien estaba a mi lado. Luego apareció el Gobernador de Miranda, Sr. Enrique Mendoza, quien como yo, buscaba algo para comer y saciar la sed. Fue poco lo que encontramos. Hacia las 10 p.m. logré que me llevaran hasta Montalbán, sede de la Conferencia Episcopal. El tráfico era escaso, por lo que llegamos en pocos minutos.


5.- UN SERVICIO SACERDOTAL: PRESERVAR LA VIDA DEL PRÓJIMO

En el quinto piso del edificio de la Conferencia Episcopal, se ubica la sala de estar con la pantalla de televisión. Allí se encontraban Mons. Ovidio Pérez Morales, Mons. José Luis Azuaje, Mons. Jorge Villasmil, y los Padres Aldo Fonti y J. H. Quintero. Compartimos experiencias y angustias viendo los acontecimientos del día, que eran trasmitidos por los medios de comunicación. Por fin recuperé mi celular. Obispos, sacerdotes, familiares y amigos llamaban para tener noticias. Poco era lo que podíamos aportar.

Hacia las 12.30 de la madrugada, ya del viernes 12 de abril, recibí una llamada inesperada. El Ministro del Interior y Justicia, Sr. Ramón Rodríguez Chacín, preguntó si era yo el que contestaba, y sin más, me dijo que el Sr. Presidente quería hablar conmigo y me lo pasó. Con voz grave me saludó, pidió la bendición y me dijo: perdóneme todas las barbaridades que he dicho de usted. Lo llamo para preguntarle si está dispuesto a resguardar mi vida y la de los que están conmigo en Miraflores. En vista de los acontecimientos suscitados hoy, he conversado con mis colaboradores y he decidido abandonar el poder. Unos están de acuerdo y otros no. Pero es mi decisión. No quiero que haya más derramamiento de sangre, aunque aquí en el Palacio estamos suficientemente armados para defendernos de cualquier ataque, pero no quiero llegar a eso.

Le respondí que como sacerdote estaba dispuesto a hacer lo posible por la vida de cualquier persona. Máxime si me lo estaba pidiendo. Agregó: lo que yo quiero es salir del país, si se garantiza la vida de los que están conmigo. Le pido a Ud. que me acompañe hasta la escalerilla del avión o inclusive que me acompañe si es el caso.

¿Qué debo hacer?, le contesté. Me respondió: véngase al Palacio de Miraflores y aquí hablamos. Le paso al Ministro para más detalles. Le pedí un número telefónico del que Mons. Azuaje tomó nota. Me indicó, además, que cuando estuviéramos cerca lo llamara para abrirnos la puerta del Palacio.

Mi rostro delataba que algo fuera de lo común había sido objeto de aquella conversación. Cuando conté a los que me rodeaban con quién acababa de hablar y el tenor de lo intercambiado, todos se pusieron de pie y oyeron mi relato. De inmediato, Mons. Ovidio Pérez Morales pidió que nos juntáramos, entrecruzamos los brazos y musitó una oración. Así son los caminos de Dios, inescrutables, sentenció.

Luego dialogamos sobre qué debíamos hacer. Todos descartaron la idea de salir directamente para Miraflores. El único vehículo que teníamos a disposición era el pequeño carrito del Padre Aldo Fonti. Cualquier bala perdida atravesaría sin problemas la débil carrocería. Durante unos minutos, discernimos las opciones a seguir. Volvimos a llamar al Ministro para preguntarle si tenía algún vehículo a disposición que viniera a buscarme. Negó esa posibilidad. Indicó que me acercara y ellos estarían pendientes.

Pasado un lapso de tiempo llamó el Secretario de la Nunciatura, pues el Sr. Nuncio estaba ausente del país. El 9 de abril, en efecto, había salido para Francia a ver a su papá que estaba bastante delicado de salud. El Secretario tenía dificultad en el manejo del castellano y estaba preocupado por lo que estaba sucediendo. Había sido llamado tanto de Miraflores como de varias Embajadas. Le expliqué lo de la llamada del Presidente y quedó más tranquilo. Entre otras cosas, nos enteramos que, vía la embajada de España,hubo un pedimento del propio Fidel Castro al Jefe del Gobierno Español, Don José María Aznar, para que se le recibiera en la Península, pues el mandatario cubano manifestaba no querer recibirlo en la isla caribeña.

Seguidamente, llamé a Mons. José Hernán Sánchez Porras, Obispo Castrense, para consultarle con quién podía hablar sobre la petición de Miraflores. Nos indicó que lo mejor era dirigirse al General Efraín Vázquez Velasco y me dio su número telefónico, pero fue imposible la comunicación. Mons. Sánchez Porras logró comunicarse con él y le trasmitió el mensaje.

Al rato llamó el General Néstor González González de parte del Comandante General. Le hablé sobre la petición del Presidente y le ratifiqué que yo estaba dispuesto a ir a Miraflores. Indicó de inmediato que eso era improcedente por razones de seguridad personal y por el peligro de que me tomaran como rehén. En dado caso, en Miraflores tenían toda la logística para movilizarse si estaban dispuestos a buscarme, pues él era el Presidente en ejercicio. Me indicó que me trasladara a Televen donde estaba el comando que negociaba con Miraflores. En conversación posterior con el Ministro Rodríguez Chacín, le hice esa notificación. Estuvo de acuerdo, puesto que en primera instancia el Presidente se iba a dirigir a ese canal televisivo. Allí comenzaría la labor sacerdotal solicitada.


6.- LA INTERMINABLE MADRUGADA DEL 12 DE ABRIL

En conversación con los presentes en nuestra casa, se decidió que yo no debía asistir solo al encuentro. Mons. Azuaje me acompañaría. Salimos vía Televen, con los Padres Fonti y Quintero, en el carrito del primero. Era la 1.30-2.00 a.m. aproximadamente. La soledad de la autopista sobrecogía. Caracas era una ciudad muerta, desierta. Únicamente en la cabecera del aeropuerto de La Carlota vimos tres o cuatro vehículos con las luces encendidas hacia la pista. Por el camino, rezamos apresuradamente el Rosario y nos encomendamos a todos los Santos.

En las inmediaciones del canal observamos una caravana de camionetas militares. Fuimos conducidos al piso de la presidencia. Allí encontramos a los generales Néstor González González, Rommel Fuenmayor y Enrique Medina Gómez. Este último acababa de llegar de Washington, por el oriente del país. Aunque era el de mayor jerarquía y antigüedad parecía no estar del todo empapado del operativo que se llevaba a cabo. Le pregunté qué pasaba, al Gral. Fuenmayor, -el único al que conocía de antes, por ser cuñado del Comandante Francisco Arias Cárdenas-. Me dijo que en la tarde, él estaba jugando tenis en las canchas del Hotel Tamanaco, cuando recibió una llamada de la Comandancia indicándole que se presentara cuanto antes. De allí lo mandaron para Televen. Además, estaban presentes el Presidente de dicho canal, Dr. Omar Camero y el Lic. Carlos Croes.

Se comunicaron con Miraflores e indicaron que ya yo estaba con ellos, con la finalidad de ayudar a garantizar la vida del Presidente y servirle de garante. Me volvieron a preguntar cuál había sido la solicitud del Presidente. Les repetí lo que ya sabían. Afirmaron que por los acontecimientos del día, -particularmente las muertes ocurridas-, era inaceptable que el Presidente abandonara el país.

El resto del tiempo, fuimos testigos mudos de lo que acontecía a nuestro alrededor y de las conversaciones que sostenían los militares anteriormente nombrados con los mediadores del Presidente en Miraflores, los Generales Manuel Antonio Rosendo e Ismael Eliécer Hurtado Soucre. Conversaban sobre la renuncia y el operativo a seguir de allí en adelante. Acababan de pasar un fax con un texto en el que solamente estaba contemplada la renuncia presidencial. Fue devuelto, pues el Presidente quería facilitar las cosas; pidió que incluyeran previamente la destitución del Vicepresidente y de los ministros, porque Diosdado no sirve para eso. Este segundo texto fue revisado, Constitución en mano, por el General Fuenmayor. Lo reenviaron por fax a Miraflores con la inclusión de la sugerencia recibida.

Por el diálogo que mantenían los negociadores, era claro que la condición que había expresado el Presidente era que firmaba la renuncia si se le trasladaba a Maiquetía directamente y se le ponía en la escalerilla del avión para salir del país. Al parecer, el avión presidencial, el Camastrón, estaba listo en la pista de Maiquetía para levantar vuelo cuando lo ordenaran. Le informaron que aquí estaba yo para garantizarle la vida, tal como él lo había solicitado, pero que no podía poner condiciones. En algún momento, llegó la noticia de que alguien, -probablemente en el vehículo del señor José Vicente Rangel-, estaba bajando hacia La Guaira por la autopista y estaba siendo rastreado por el radar. Dieron orden de interceptar cualquier carro que circulara por dicha autopista. Según ellos, dejar ir al Presidente del país lesionaría más a la Institución de las Fuerzas Armadas.

En algún momento las conversaciones con Miraflores se volvieron tensas. Cuando desde allá les dijeron que estaban dispuestos a resistir y que contaban con un batallón de tanques leal al Presidente, y que ya había salido de Fuerte Tiuna, éstos les respondieron que dichos tanques estaban dispuestos a volar Miraflores si fuere necesario. Parecía una dilatoria para ganar tiempo, no firmar la renuncia y esperar el amanecer con el Presidente y su gente en el Palacio. Todo debía arreglarse cuanto antes, para evitar mayores imprevistos.

Debido a que la madrugada se echaba encima, los Generales decidieron dirigirse a Miraflores a forzar el cumplimiento de lo prometido por el Presidente. Nos pidieron les acompañáramos para ejercer la función de resguardo, pero al ir por el pasillo hubo una llamada desde el Palacio Presidencial donde anunciaban que el Presidente había accedido dirigirse a Fuerte Tiuna, a la Comandancia General del Ejército. Pidió escolta y le respondieron que la Casa Militar tenía la suficiente infraestructura para trasladarlo sin problemas hasta Fuerte Tiuna. Ante esta nueva situación, nos subimos en uno de los carros de la caravana militar para ir hacia el Fuerte. En ese momento, los Padres Fonti y Quintero regresaron a Montalbán. Mons. Azuaje y mi persona fuimos en la otra dirección. Aproximadamente hacia las 3 de la mañana, la aglomeración de vehículos en las inmediaciones de La Carlota era grande. Pasamos despacio, sin mayores contratiempos. Había un grupo de gente con banderas. El resto de la ciudad lucía solitaria.

Hubo un hecho relevante en medio de todos los acontecimientos: el General en Jefe Lucas Rincón, junto con miembros del Alto Mando Militar, anunció en directo a través de los Medios de Comunicación, que, visto lo sucedido durante el día 11, el Alto Mando Militar le pidió la renuncia al Presidente de la República, la cual aceptó. Esta comunicación del Militar de mayor rango en todo el territorio nacional generó zozobra, y mayor confusión, aunque el mensaje era muy claro: se podía interpretar como un vacío de poder.

Una reflexión parece imponerse, en este punto, a partir del manejo reiterado, por parte de fuentes oficialistas, de la tesis de un golpe de Estado. La ausencia de una Comisión de la verdad con sus conclusiones y correspondientes responsabilidades judiciales, políticas y morales, descalifica muchas de las lecturas y conductas asumidas por el poder. Dejar en libertad a unos, por ser cercanos al oficialismo y tener prisioneros a otros, sin que se cumpla con las exigencias judiciales y humanitarias, indica inequidad en la aplicación de la justicia, para decir lo menos. Purificar la memoria, como lo repitió insistentemente Juan Pablo II para situaciones similares o peores, es una exigencia de la justicia y de la caridad. Los regímenes políticos vuelven – o intentan - a escribir la historia, porque desconocen o pretenden hacer (ver) que la razón no está de una sola parte. Dice un teólogo: los políticos de todos los tiempos y de todos los continentes necesitan aniquilar la memoria para dominar y explotar a los pueblos.


7.- LA MADRUGADA DEL 12 EN FUERTE TIUNA

Una vez en Fuerte Tiuna, fuimos conducidos hasta el piso donde se encuentra la oficina del Comandante General del Ejército, Gral. Vázquez Velasco. En la sala contigua a su oficina había un número grande de generales, los únicos que tenían acceso a dicho recinto. Fuera de Mons Azuaje y mi persona, a los únicos que vimos fue al Comandante Francisco Arias Cárdenas y al Gral. Oswaldo Sujú Rafu, en traje de civil ambos. El ambiente era tenso, aunque reinaba un comportamiento discreto, sin alteraciones ni palabras malsonantes.

Ni Mons. Azuaje ni un servidor conocíamos a la mayoría de los que allí estaban o pasaban. Realmente era una multitud de altos oficiales. El militar que nos guiaba hasta la oficina del Comandante General tenía que abrirse paso, entre tantos que iban y venían. Ambos Obispos tuvimos que aferrarnos bien el uno al otro, para no separarnos. Logramos situarnos frente a la puerta del Despacho del Comandante General. Un General golpeaba la puerta para que abrieran, gritando que eran los Obispos que había llamado el Presidente para su resguardo. Varias veces se abrió la puerta sin que pudiéramos entrar. Cuando lo logramos, nos colocamos delante de una pared lateral, cerca de la puerta; allí podíamos ver al Gral. Efraín Vázquez Velasco sentado con sus asistentes, al lado y de pie. Parecía un autómata. No se levantó de su silla y no respondía a los que le gritaban que mandara y tomara las riendas de la situación. Sólo murmuraba alguna palabra con los edecanes que no se separaban de su lado o solo atendían el teléfono. Todos los que pasaban a nuestro lado nos saludaban deferentemente sin mediar muchas palabras. Oíamos lo que decían y hacíamos nuestras reflexiones en voz baja.

Se hablaba de muchas cosas: de la corrupción, del Plan Bolívar 2000; se señalaban nombres, cantidades de dinero, gastos en armamentos, 35 millardos en compra de armamento no militar, lo que ocasionaba gran preocupación dentro de la Fuerzas Armadas Nacionales, y que el Palacio de Miraflores se había convertido en un bunker con un sofisticado sistema de seguridad al estilo del de Saddam Hussein. Salían a relucir, como cerebros grises de estas componendas sin ética, los Ministros Diosdado Cabello, Ramón Rodríguez Chacín y José Vicente Rangel. Algunos agregaban los nombres del señor Freddy Bernal y de algunos diputados de la Asamblea Nacional.

La mayor repulsa en aquella hora fue contra la activación, hacia la una de la tarde del 11 de abril, del Plan Ávila 1, ordenada por el Presidente y el General Jorge García Carneiro. Se argumentaba que una orden de tal magnitud estaría reservada para situaciones extremas; ya que incluye disparar contra la población, lo cual siempre pone en peligro los derechos humanos fundamentales, y los que deben responder por ello son los órganos de seguridad del Estado y los militares. Esto, unido a la cadena presidencial que buscó tapar la orden dada, según se dijo, fue el detonante que motivó la comparecencia de los diversos componentes de las Fuerzas Armadas ante las cámaras de televisión, retirándole la obediencia al Jefe del Estado.

Si el Dr. Pedro Carmona se encontraba en Fuerte Tiuna debió ser un secreto bien guardado y conocido por muy pocos. En ningún momento su nombre llegó a nuestros oídos, entre las muchas conversaciones que constituían las reflexiones del Generalato presente en la Comandancia General del Ejército. Tampoco daba la impresión de que algunos estuvieran en algo que era desconocido por el resto. En aquel recinto, no había ni agua ni café. Tampoco nadie nos lo ofreció.

Los Generales, ante la inminente llegada del Presidente, deliberaron sobre qué hacer. Había diversas posiciones. Tenían la disyuntiva de dejarlo salir del país, tal cual lo había pedido, o someterlo a custodia militar. Había dudas sobre la decisión a tomar. La fuerza de la argumentación que ponían para dejarlo en el país estaba en que debía pagar y ser juzgado por las personas que habían muerto. Otros opinaban que era mejor sacarlo del país como había pedido y solicitar posteriormente su extradición.

Un general de división de la Guardia Nacional, que llegó tarde porque venía de atender asuntos complejos de la marcha, pidió le prestaran atención; palabras más, palabras menos, planteó lo siguiente: mi opinión es que debemos dejar salir del país al presidente. Los que sabemos de estas cosas somos nosotros que conocemos las leyes y cómo actuar ante la detención de una persona. ¿Qué significa bajo custodia? Uno está preso o libre. No hay otra condición. Y no tenemos ninguna orden judicial que avale la situación. ¿Cómo vamos a justificar ante el pueblo que lo tenemos retenido?; ¿eso no significa que está preso? Además, muchos de Uds. no saben lo que es cuidar un preso y más si se trata de un presidente. Sin tomar en cuenta estas palabras, otro contestó, eso no se discute. Ya está decidido que no se va. Bueno, dijo de nuevo el general de la Guardia, que conste que acato lo que hayan decidido, pero no estoy de acuerdo.

La siguiente discusión la plantearon en torno al lugar de custodia. Decidieron que fuera en la isla de La Orchila; pero el Vicealmirante Héctor Ramírez dijo que allí sólo tenía cuatro soldaditos con carabinas y necesitaba tiempo para acondicionar y dar mayor custodia al lugar. Quedaron en darle un espacio de tiempo prudencial para cumplir ese objetivo. Terminadas estas discusiones se fueron retirando de la oficina del Comandante.

Cuando se anunció que la caravana presidencial ya había salido de Miraflores rumbo al Fuerte Tiuna, desaparecieron de nuestra vista los generales. Quedamos en compañía de unos pocos Coroneles y Tenientecoroneles que nos condujeron, por un ascensor, hasta el los sótanos de la Comandancia General del Ejército, lugar que reseñó la televisión cuando llegó la Comitiva Presidencial.


8.- LLEGA EL PRESIDENTE

Hacia las 4 de la mañana, llegaron el Presidente y su escolta a Fuerte Tiuna. La televisión lo trasmitió en vivo y directo. Entre los Generales Rosendo y Hurtado Soucre estaba el Presidente en uniforme militar de campaña. Me saludó, pidió la bendición y pidió perdón por el trato a mi persona. Le di un abrazo y lo bendije. Enseguida saludó a Mons. Azuaje, quien también le dio la bendición y un abrazo. Fue conducido, rodeado de soldados armados, en medio de nosotros dos. Entramos a un ascensor y llegamos al piso superior de la Comandancia del Ejército. El Presidente saludaba a todos. A los que reconocía, los llamaba por su nombre y preguntaba por la familia. Se notaba en su rostro y semblante el estar viviendo horas traumáticas en las que hacían aparición el cansancio y la expectativa. Era un hombre entregado a la suerte de sus captores. Con todo, trataba de mostrar serenidad.

Una vez que entramos a un amplio salón, preguntó, dónde estaba. Le dijeron que era la sala donde se reunía el Estado Mayor de la Comandancia. Manifestó no haber estado nunca allí. A los pocos minutos se hizo un número considerable de Generales de División y algunos de Brigada. Él saludó y llamó a unos cuantos por su nombre. A pesar de la lógica tensión del momento hubo un trato deferente de parte y parte.

Al Presidente le fue comunicado que quedaba bajo custodia de las Fuerzas Armadas y que debía firmar la renuncia tal como habían acordado. Un subalterno le acercó una carpeta. Sin abrirla, preguntó qué contenía. Le dijeron que era el texto de la renuncia para que la firmara. El Presidente ripostó: Ustedes me han cambiado las reglas de juego. Yo le dije a Rosendo y a Hurtado que firmaba la renuncia si me mandaban fuera del país. En eso quedamos. Pero ustedes dicen que quedaré bajo custodia, lo que quiere decir que estaré preso. Tendrán preso a un presidente electo popularmente. Pero no voy a discutir eso. Ya que he venido hasta aquí, estoy en manos de ustedes para que hagan conmigo lo que quieran.

El Presidente señaló que no iba a discutir nada. Pero profirió unas palabras lapidarias: pienso que soy menos problema para ustedes si me dejan salir que si permanezco en el país. Pero ustedes tienen la última palabra. Estas palabras provocaron un murmullo entre el Generalato. Entonces se oyó la voz del General González González quien, con voz de mando señaló: si los Generales tienen algo que discutir entre ellos que salgan. Así lo hicieron todos.

De nuevo quedamos solos los tres. El Presidente a mi izquierda y Mons. Azuaje a mi derecha. En el fondo del salón, dos o tres soldados de la escolta presidencial. A uno de ellos le pidió un cafecito. Se lo trajeron pero no le gustó y lo apartó. A la solicitud de un cigarrito, se lo dieron, lo encendió y fumó. Conversamos durante un largo rato. Evocaba recuerdos de su niñez, juventud, Escuela Militar y sobre los diversos destinos militares que había tenido.

El Presidente no estaba incomunicado, tenía un celular que sonó y respondió. Era su esposa Marisabel a quien le dijo que no se preocupara, que estuviera tranquila, que él estaba bien, que estaba con Mons. Porras y Mons. Azuaje. Luego de un breve diálogo, colocó el celular encima de la mesa. No habían pasado cinco minutos cuando hubo una llamada al celular de Mons. Azuaje. Era nuevamente Marisabel, pidiendo: cuiden a Hugo. Según relató Mons. Azuaje, estaba afligida y sollozando. Llamaba desde Barquisimeto. Después de esa llamada, el Presidente hizo alusión a su niña Rosa Inés y le pidió a Mons. Azuaje que la visitara cuando regresara a Barquisimeto.

Entre sus cuitas, nos señaló: Bueno, yo estoy aquí en manos de ellos. Pueden hacer conmigo lo que quieran. Les he facilitado todas las cosas; aún más, les dije que yo destituía a Diosdado porque sé que no podría quedar al frente, ya que no sería aceptado por todos; les propuse que pusieran en el documento de renuncia la destitución de Diosdado y de todo el gabinete para facilitarles las cosas. Fieles al papel sacerdotal que estábamos desempeñando, dejábamos que él se desahogara, sin contradecirle ni reclamarle nada. Cuando se le quebraba el ánimo y las lágrimas querían aparecer, se ponía los dedos sobre la parte superior de la nariz para contenerlas; y seguía conversando. Relató que había leído el último libro de Og Mandigno, y nos contó sus impresiones sobre el mismo.

Pero, el tema de las muertes del día anterior, era el plato fuerte. El nos repetía que ahora sí iba a tener tiempo para leer y reflexionar, para evaluar su gestión y pensar con calma en el futuro. Hacía alusión a todo lo bueno que había querido hacer. Yo le comenté: ¡Qué lástima terminar con una página como la de hoy, con estas muertes! De una vez ripostó que esas muertes eran de la oposición, de Bandera Roja, Acción Democrática y la Policía Metropolitana (del Alcalde Peña). Entre las muchas cosas que intercambiamos, le dijimos que sacara tiempo para rezar y explayarse ante Dios. Nos pidió que rezáramos por él.

No sé cuanto tiempo duró aquella conversación. Se me antoja que fue prolongada. Probablemente la aurora estaba cercana, aunque en el salón donde nos encontrábamos no había ventanas hacia la calle. Lo que sí hay son cámaras, seguramente de circuito cerrado. De estas grabaciones deben ser las fotos que han circulado, pues no me percaté de que ninguno de los generales tomara fotos.

Aparecieron de nuevo los Generales. Esta vez en menor número que en la anterior. El Vicealmirante Héctor Ramírez Pérez le dijo que la decisión del Generalato permanecía inalterable. No salía del país. El Presidente volvió a recordarles que le habían cambiado las reglas de juego y que él quería hacer algunas reflexiones. Un General que se encontraba en la entrada del salón les indicó a los otros, que no era hora de oír reflexiones, sino de comunicarle a la población la nueva situación del país. Jamás y nunca nos imaginamos que era presentar a través de los Medios de Comunicación al Dr. Carmona como nuevo Presidente de la República. Los Generales se retiraron y quedamos solos con el Presidente y unos tres miembros de su custodia personal.

Al poco tiempo apareció uno de los militares de confianza, quien le indicó al Presidente que debía cambiarse la ropa militar. Nos trasladaron a una oficina cercana que tiene una habitación anexa. En ella habían colocado el maletín que traía el Presidente. Cuando entró a la habitación, los pocos militares que se encontraban allí preguntaron si habían revisado el equipaje, a lo que respondieron que no; en ese momento dieron orden al soldado que custodiaba la puerta de la habitación que la entreabriera y observara todos los movimientos que se dieran en la parte interna.

Pasados unos minutos, salió el Presidente con un mono deportivo y botas nuevas de paseo. Luego, bajamos en otro ascensor. El Presidente se levantaba sobre la punta de los pies y nos decía: ¡me quedan bien, verdad!. En esta oportunidad ya no vimos a ningún General. Seis o siete Coroneles o Tenientecoroneles nos acompañaban. En contraste con la llegada, aquellos inmensos pasillos estaban vacíos. Salimos a otro lugar, un estacionamiento, donde lo esperaba un vehículo Toyota.

La despedida entre aquellos oficiales y el Presidente nos llamó enormemente la atención. Casi sin palabras, pero abrazos muy emotivos de parte y parte. Más perplejos quedamos, al oír los comentarios de ellos cuando quedamos solos: por fin…

De los últimos en despedirse fuimos los dos Obispos. Estaba más quebrado el ánimo del Presidente. Le brotó una lágrima y nos dijo: trasmitan a todos los obispos que recen por mí y les pido perdón por no haber encontrado el mejor camino para un buen relacionamiento con la Iglesia. Dénme su bendición. Sin más, se montó en el vehículo y desapareció de nuestra vista. Nos llamó la atención que los militares que lo acompañaban en el carro, parecían miembros de su Casa Militar. ¿Estaba bajo custodia, preso, detenido? Por lo que oímos durante la noche, su primer destino iba a ser por unas horas en alguna casa dentro de Fuerte Tiuna, mientras se acomodaban las cosas para trasladarlo a La Orchila. Ya había luz natural. Eran, más o menos, las 6.30 de la mañana del 12 de abril.

Regresamos a otro lugar, con los oficiales que nos habían acompañado. De pronto, ellos también desaparecieron y quedamos solos. Esperamos un rato hasta que apareció alguien de civil y nos preguntó si teníamos vehículo. Le dijimos que no y que queríamos regresar a Montalbán, a la sede de la Conferencia. En un carro negro grande, un tanto destartalado, porque le sonaba todo mientras volaba hacia nuestro destino; sin mediar palabra, llegamos a la Casa Monseñor Ibarra. Había concluido la misión para la que habíamos sido convocados por el mismísimo Señor Presidente. Teníamos la satisfacción del deber sacerdotal cumplido. Los interrogantes eran muchos. Decidimos dormir pues estábamos agotados y en toda la noche no habíamos tomado ni agua, ni café, ni ido al baño. Y la mayor parte del tiempo estuvimos de pie. Comenzaba la mañana del viernes 12 de abril.

Antes de dormir, encendimos el televisor del quinto piso, donde quedaban nuestras habitaciones. La gran sorpresa fue ver la escena donde los Generales que hacía poco tiempo estaban en la sala de reuniones de la comandancia General del Ejército, aparecían en pantalla televisiva mostrando al Dr. Carmona como el nuevo Presidente de Venezuela. Esa era la nueva situación a la cual se había referido el General que se encontraba en la puerta del salón. Ahora sería más difícil conciliar el sueño.


9.- EL VIERNES 12 DE ABRIL

Fue poco el descanso. Las llamadas telefónicas arreciaron desde las ocho de la mañana. Una comisión de diputados de la Asamblea Nacional quería hablar con nosotros. Nueve de ellos se trasladaron hasta Montalbán. Representaban a todas las toldas políticas de oposición y de gobierno. Estaba en el ambiente la idea del vacío de poder. Llevó la voz cantante el Dr. César Pérez Vivas. Había una mayoría cualificada dispuesta a juramentar al Dr. Carmona como presidente interino o encargado, ante la ausencia del representante del máximo poder, si éste se presentaba personalmente en la Asamblea Nacional. La preocupación cundía y era por el insistente rumor de que se saltaría este paso constitucional. Se nos pidió que fuéramos a Miraflores a donde se estaba convocando a todos los sectores para intentar hablar con el Dr. Carmona y comunicarle la disposición de la Asamblea Nacional.

Fuimos hasta allá, Mons. Azuaje y mi persona. Era mucha la gente de todos los sectores que entraba libremente al Palacio Presidencial. No se sabía a quién recurrir para entrar al despacho presidencial pues nadie sabía quién mandaba en palacio. Luego de la primera rueda de prensa se nos permitió hablar con el Dr. Carmona. Había mucha gente en el Despacho. Entre otros, distinguimos a la dirigencia sindical con el Sr. Carlos Ortega a la cabeza. Apenas si pudimos saludar al Dr. Carmona y decirle que un grupo de parlamentarios quería conversar con él para plantearle una salida constitucional y rápida, al vacío de poder. Nos dijo que no nos preocupáramos, que todo estaba en marcha y que en la tarde habría anuncios importantes en un acto público que estaban convocando. Sin más, luego de comunicarle a los parlamentarios la conversación, nos retiramos de nuevo a la sede de la Conferencia Episcopal.

El tiempo para comer fue breve. Las llamadas, directas unas e indirectas otras a través de sacerdotes y monjas, para buscar refugio y cobijo seguro a personeros del gobierno o a sus familiares, fueron numerosas. Unos cuantos de los que aparecieron en los días siguientes como indoblegables seguidores del Presidente junto al pueblo, fueron en la hora chiquita, escurridizos y nada valientes fugitivos en busca de puerto seguro. La condición sacerdotal asemeja estos servicios humanitarios y misericordiosos al sigilo sacramental. En el libro de la vida constará la verdadera y auténtica actuación de cada quien. Así se escribe la historia.(o: Una cosa es cómo se vive la historia y otra cómo se escribe).

En horas de la tarde nos acercamos nuevamente a Miraflores. Recibíamos muchas llamadas pidiendo que se cumpliera con lo previsto por la Constitución ante el vacío de poder. El ambiente lucía pesado. En el patio central del Palacio, un grupo de excancilleres, entre otros, comentaba sobre la salida que irían a proponer. Cualquier cosa fuera de la Constitución, se convertiría en un golpe de Estado que difícilmente tendría reconocimiento internacional inmediato. No pudimos entrar al despacho por las distintas reuniones que allí se realizaban. En uno de los salones del edificio central colocaron aparatos de televisión.

Apenas comenzó el acto y ante lo que estábamos oyendo nos miramos extrañados. Lo mejor, nos dijimos, es que nos vayamos y sigamos escuchándolo por radio. Así hicimos. Eran más las dudas que las respuestas las que bullían en el interior de cada uno de nosotros. Mientras caminábamos hasta el estacionamiento de la Casa Militar, se desarrollaba el acto, por lo que no presenciamos las cosas que allí sucedieron ni oímos las que se dijeron. Al llegar a la sede de la Conferencia y en la soledad de la acogedora Capilla musitamos una oración por la paz y la reconciliación de Venezuela. Lo que estaba sucediendo no daba ninguna garantía de paz y tranquilidad.


10.- EN LA EMBAJADA DE CUBA

Por la tarde, casi entrando al Palacio de Miraflores, recibí una llamada telefónica de la esposa del Embajador de Cuba, Germán Sánchez Otero. Solicitó, en forma un tanto nerviosa y airada, nuestra mediación para que se normalizara la situación en la sede diplomática cubana, situada en la Urb. Chuao, territorio de la Alcaldía de Baruta. Le ofrecí hacer lo posible por encontrar a quién dirigirme en medio de tanta confusión. Alguien se lo comunicó personalmente al Gral. Ovidio Poggioli, quien prometió hacerse cargo y, al parecer, así lo hizo. La señora llamó dos o tres veces más para saber si habíamos logrado algo. Por terceras personas supimos que el Alcalde Henrique Capriles Radonsky había tomado cartas en el asunto desde temprano.

Después de haber vivido tanta tensión desde la madrugada, regresando de Miraflores nos disponíamos a cenar y retirarnos a descansar. Pero no pudimos hacerlo. A poco de llegar a Montalbán, aparecieron varias personas que pedían la mediación de la Conferencia Episcopal ante la problemática que se presentaba en la Embajada de Cuba. Nos informaron que había un nutrido grupo de personas protestando, pidiendo que entregaran a algunos miembros del Gobierno que suponían se habían refugiado allí.

Ciertamente no era fácil la decisión de ir hasta allá, pero nuevamente sentimos la interpelación de un servicio sacerdotal. Mons. Azuaje opinaba que había que tener mayor información. Pero por la zozobra que se vivía, fue difícil obtenerla. Invocamos a Dios y fuimos hasta la Embajada Mons. Azuaje y este servidor. El vehículo en el que llegamos, lo estacionaron en la calle posterior de la sede diplomática. Ya había entrado la noche. Cuando llegamos frente a la Embajada, vimos un tumulto de gente gritando en medio de la penumbra. Quienes nos guiaban, iban informando que habían llegado los Obispos. La Policía Municipal custodiaba a distancia la pared externa y la puerta de la Embajada, sin tener control ni potestad para abrirla o para entrar.

Recuerdo que pasamos apoyándonos unos con otros. Una persona golpeaba la puerta para que abrieran y nos dejaran pasar. Después de un largo rato, logramos entrar por una puertica que da a un jardín interno y no por una escalera para saltar la pared como se nos sugirió en un primer momento. Ingresamos al sótano de la Embajada, en medio de una gran oscuridad y un ambiente pesado, caluroso y maloliente, ya que tenían cortados los servicios de luz y agua y las ventanas estaban cerradas.

Fuimos recibidos por personal de la Embajada, seguramente de seguridad, pues a pesar del calor que reinaba en el recinto, portaban sobretodos que seguramente ocultaban armas para defenderse de cualquier ataque exterior. Pasados unos minutos, salió del interior de la sede diplomática el Sr. Embajador. Se encontraba tenso, preocupado y con cierto nerviosismo. Nos comunicó lo que sucedía y nos dijo que en el interior había unas cien personas, incluidos menores de edad y mujeres. No estaba ningún miembro del gobierno, según su testimonio; en contraste con lo que decían los manifestantes. Estos les habían cortado la luz y el agua, vociferaban y de tanto en tanto tiraban piedras. Los vehículos que se encontraban al frente de la misma embajada, fueron volteados y casi destruidos por el grupo de manifestantes. Servían de tarima para arengar a los presentes.

Posteriormente, ingresaron el Alcalde de Baruta y un Comandante de la Policía. La conversación se planteó en torno a cómo garantizar la seguridad ya que ellos no contaban ni con el personal ni con el instrumental necesario para ello. Eso es competencia nacional, no municipal. El Embajador agradeció el interés y preocupación del Alcalde. Nosotros lo que le ofrecimos al Embajador Sánchez Otero fue el tratar de dialogar con la gente al salir, para que permitieran el ingreso de alimentos a la Embajada.

El diplomático manifestó que esperaban que este grupo de personas no violase el territorio de la embajada, por ser extranjero; estaban armados y dispuestos a defenderse de cualquier agresión. Nos señaló que tenía experiencia en casos como éste y sabía lo que tenía que hacer. A pesar de la tensión, la conversación se desarrolló con fluidez, respeto y serenidad. Al final, el embajador agradeció el que nos hubiéramos acercado hasta ellos.

Una vez fuera, logré subirme en la capota de uno de los vehículos dañados. A través de un megáfono interpelé a las personas que allí se encontraban a que respetaran la Embajada; dejaran ingresar alimentos y les devolvieran los servicios de agua y luz, ya que dentro de la misma, había personas, miembros de la familia del Embajador y personal de la sede diplomática, así como mujeres y niños. Esta súplica fue interrumpida por un grupito que azuzaba al grupo mayor, para que siguiera gritando. Inmediatamente, entoné el Padre Nuestro y la gente hizo silencio. Se negaron a dejar pasar ayuda alguna al interior de la residencia. A pesar de la insistencia de mi parte, no se logró nada.

Mons. Azuaje, quien se había quedado en la acera, frente al vehículo en cuestión, me hizo señas para que bajara puesto que la situación se estaba haciendo incontrolable. Por última vez, hice la petición y me bajé del carro. Inmediatamente la policía nos rodeó y brindó protección hasta la esquina de la Embajada. En el mismo vehículo y con la misma compañía, retornamos a la sede de la Conferencia. Al llegar, pasamos por la Capilla para orar. Da mucha serenidad saberse instrumento del Señor, porque El es nuestro Pastor y nada nos falta.


11.- EL SABADO 13 DE ABRIL

Muy temprano bajamos a Maiquetía para tomar el avión para Mérida. Mons. Azuaje se devolvió a Caracas, prefiriendo permanecer en la Sede de la Conferencia para que no quedara sola y atender así cualquier eventualidad. El vuelo salió con una hora de retraso, cerca de las ocho de la mañana. En Maiquetía, en el aeropuerto, me encontré con el Dr. Néstor López Rodríguez, diputado a la Asamblea Nacional. Conversamos durante el vuelo, y qué coincidencia, también a él algún prominente colega oficialista le había pedido que ocupara su puesto, mientras aquél buscaba dónde esconderse.

Regresé a Mérida porque tenía compromisos pastorales contraídos con anterioridad en el pueblo de Bailadores. A las cuatro de la tarde comencé una ceremonia de Confirmaciones. El Alcalde, Dr. Carlos Andrés Pérez, era padrino de uno de los jóvenes confirmandos, y se excusó por estar pendiente de las noticias que trasmitían por televisión. Se hablaba del inminente regreso del Presidente a Miraflores. Los concejales, mayoritariamente oficialistas, me solicitaron que me reuniera con ellos y les contara lo que yo había vivido. Así lo hice en la sede de la Alcaldía. En un ambiente cordial les conté lo que narran estas páginas y contesté a sus preguntas. Creo que ellos pueden dar testimonio de mi relato.

Al caer la tarde, mientras me trasladaba de Mérida a Bailadores, recibí varias llamadas del Cardenal Velasco. Las comunicaciones eran entrecortadas y se oía mal la conversación. Logré captar que lo habían llamado a Fuerte Tiuna para que se trasladara a La Orchila, a conversar con el Presidente. El Cardenal estaba confundido, porque no se sabía a ciencia cierta quién ejercía el gobierno en aquellas horas. Seguidamente, lo montaron en un helicóptero militar, pero el piloto no pudo encender los motores porque aparentemente el aparato estaba accidentado. Una vez que el Cardenal descendió, entonces sí prendieron los motores y despegó hacia un destino desconocido. Por lo visto obedecía órdenes de otra persona.

El Cardenal llamó entonces por teléfono a uno de sus ex- alumnos, quien tenía un jet privado estacionado en el aeropuerto Caracas, para pedirle que lo trasladara a La Orchila. Fue una aventura y una temeridad, nacida de su deseo de ayudar, sin medir las consecuencias. Fue casi un milagro que no le dispararan al aparato. A pesar de todo aterrizó en la isla, gracias a la pericia del capitán de la nave y a que los efectivos que custodiaban no le dispararon al aparato.

Al identificarse, los efectivos militares lo llevaron a él solo hasta donde se encontraba el Presidente bajo custodia. La historia siguiente la contó el Cardenal a la prensa y difiere notablemente de la versión que ahora se pretende dar, de que fue a forzar la renuncia. El Cardenal Velasco nos contó que tuvo la impresión de que su interlocutor se burlaba de él y le daba largas a la conversación, porque recibía noticias, vía celular, de que algo se estaba cocinando para que regresara a Miraflores. Ante la confusión que todavía reinaba, el Presidente pasaba de la depresión a la euforia, sobre todo, cuando se alejaba del Cardenal para atender alguna llamada, mientras caminaba a orillas del mar. Otros detalles de la actuación del Cardenal fueron recogidos por la prensa de aquellos días.


12.- LA PRESIDENCIA DE LA CEV Y LA COMISION PERMANENTE SE REUNEN

El domingo 14 regresé a Caracas para reunirme con los otros miembros de la Presidencia y de la Comisión Permanente de la Conferencia. Lo requerían los acontecimientos, las demandas de los demás obispos y la solicitud de diversas instancias civiles de reunirse con nosotros.

Ya en la capital, el día lunes 15, emitimos un comunicado ante los trágicos sucesos vividos entre el 11 y 14 de abril. En él, nos solidarizábamos con los familiares de las víctimas e instábamos al Gobierno Nacional a devolver la paz al país y el orden dentro del marco legal; llamábamos a una rectificación integral en la conducción democrática, la clarificación del proyecto país y la urgencia de abrir espacios para un diálogo real. Además, instábamos a rezar una oración por Venezuela, que se repartió profusamente por toda Venezuela. Dicha oración estaba inspirada en una que redactó el Episcopado Argentino. Mons. Azuaje le hizo algunos retoques a dicha plegaria, y así la aprobó la Comisión Permanente. El Cardenal Jorge Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, quien me la había entregado la semana anterior, mientras me encontraba en esa ciudad, me dijo que podía utilizarla e incluso modificarla, si nos resultaba útil.

El martes 16 por la mañana nos reunimos con el Dr. César Gaviria, Secretario General de la OEA. Compartimos cordialmente. La preocupación de aquellos días giraba principalmente en torno a las víctimas del 11A y los saqueos posteriores. Me llamó la atención una acotación del ducho político: Ante una manifestación tan multitudinaria como la del jueves anterior, el número de víctimas había sido irrisorio. Basta compararla con hechos similares en otros países. La comunidad internacional no va a reclamar nada, pues eran muy pocos los muertos…

La última decisión de la Comisión Permanente de nuestra Conferencia Episcopal, fue la de convocar a una Asamblea Extraordinaria del Episcopado para los días martes 23 y miércoles 24 de abril, en Caracas, a la que se invitaría al Señor Presidente de la República. Así se hizo.


13.- LA ASAMBLEA EXTRAORDINARIA DEL EPISCOPADO

La euforia de los sectores oficialistas se desbordó en los días siguientes al regreso del Presidente al gobierno. Los ataques contra el Señor Cardenal y mi persona arreciaron. En Mérida salió un documento del MVR contra mí y contra la Iglesia. Ello me llevó a dar las declaraciones que salieron en el diario El Nacional el día 20 de abril a página entera. Allí narré detalladamente lo acontecido. Nadie, hasta la fecha, ha osado desmentirme, porque lo que quedó estampado se ciñe a la verdad, sin juicios de valor ni ataques a nadie.

En el periódico El Universal del 22 de abril publicaron una entrevista a mi persona que se titula: Nos buscan cuando están abajo. Es cierto. Es la función sacerdotal de la misericordia y la consolación. Cuando vuelve la salud nadie se acuerda de que estuvo en dificultades. Es la versión actual de la parábola de los diez leprosos que fueron curados. Sólo uno, el samaritano, -el pobre, el paria-, se acordó de regresar a dar las gracias.

El miércoles 24, nos reunimos todos los Obispos con el Señor Presidente, quien asistió a la cita en nuestra sede de Montalbán. Fue una reunión cordial y serena. Nos saludó a todos y cada uno. La conversación fue larga. Después de mis palabras, extensas y pensadas, revisadas por los señores Obispos, se le entregó un resumen escrito de nuestras inquietudes al Señor Presidente. El mismo fue publicado en diversos medios y así consta en las actas de dicha asamblea. Está recopilado en el libro Compañeros de Camino III, editado en Trípode por Mons. Azuaje.

Las primeras palabras del Presidente fueron de agradecimiento al Señor Cardenal y a mi persona por lo que hicimos para el resguardo de su vida. Lo hizo con palabras afables y cordiales. Me atrevo a decir que hasta familiares; más para con el purpurado que para conmigo. Quería dejar constancia de ello ante todos nosotros. Cuando terminó de hablar, en la mesa del presidium, el Presidente me dijo, leí tu narración de El Nacional. ¿Qué le pareció? Sí, está bien. Si hubiera tenido alguna discrepancia, seguro que me lo hubiera manifestado inmediatamente.

Además, dijo que estaba dispuesto a dialogar con todos los sectores. Que la Iglesia lo ayudara en ese campo. Iba siguiendo, con las divagaciones que suele tener en sus discursos, los puntos que le habíamos planteado. Ante la pregunta que señalaba: ¿Proyecto compartido o revolución?, me impresionó su respuesta. Yo sé que a ustedes no les gusta la palabra revolución, pongan la que quieran, pero esto no lo para nadie. Y pídanle a Dios que sea pacífico. Pero eso no depende de mí. Si no me dejan, esto va de todas maneras. En cuanto a las responsabilidades del gobierno en los acontecimientos del día 11 y sobre los saqueos, fue evasivo. Según él, la culpa de todo había sido de la oposición.

Concluye así el primer cuatrimestre de 2002. Días marcados por muchos acontecimientos y por lecturas e interpretaciones contradictorias sobre su sentido. Muchas cosas han sucedido desde entonces, que han impedido el acceso a la verdad, pluridimensional por principio: socio-histórica, jurídica, militar, moral, etc. Por ejemplo, ¿quién mató a las víctimas de Puente Llaguno? La historia que escriben los vencedores tiene siempre un componente épico que tiende a excusar los propios males y hasta endilgarlos a los demás; y otro ideológico, ligado al proyecto propio y al ejercicio y mantenimiento del poder.

En Teología, el tema de la memoria, como categoría religiosa e interpretativa, ha sido muy desarrollado. Varios autores han escrito sobre ella y la califican como subversiva, en el sentido de que pone al descubierto lo que otros tapan o justifican. Otros hablan de las trampas de la memoria. No existe una versión químicamente pura de ningún acontecer humano. Tampoco de su memoria, que es, en definitiva, una interpretación. Hay un nexo ambivalente entre memoria e ideología. Todo hecho humano se expresa en un lenguaje inculturado. La sabiduría popular lo recoge en aquel dicho de que cada quien cuenta la fiesta según le ha ido.

La memoria es necesariamente una selección. Algunos rasgos se conservan, otros se dejan a un lado y otros se olvidan. De allí el valor de las crónicas y narraciones periodística de primera hora. Es por esa razón por lo que, a cada cambio de régimen político, se vuelve a escribir la historia (Emilio Grasso). Nexo también ambivalente entre ideología de justificación y utopía de liberación. De ahí la importancia de la palabra de los de abajo, de los vencidos. Es la verdadera profecía, la única que une el perdón y la reconciliación con el futuro. No queda otro camino para la paz y la fraternidad, la esperanza y el amor. Dios quiera y lo aquí narrado contribuya a esclarecer, y así ayudar a sanar, esta página de nuestra historia reciente.

*Por Monseñor Baltazar Enrique Porras Cardozo, Arzobispo de Mérida



**NOTA del autor del post: -En cierta ocasión, Josep Stalin, Dictador comunista le pregunta a su ministro de relaciones exteriores, Molotov: ¿Con cuantos batallones cuenta el Vaticano?... ¡Tiempo despues, todos sabemos la respuesta!

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